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domingo, 4 de enero de 2009

Exilio


La luz le daba de lleno en el rostro, era tan intensa que le hizo despertarse, no podía ver nada más que el brillo resplandeciendo ante su mirada, aunque cerrara los ojos y volteara la cabeza para ocultar la cara, la continuaba viendo.

Parecía que la luz la seguía a donde quiera que dirigiera el rostro, no se podía deshacer de ella. Comenzaba a desesperarse, quería que se fuera, que se apagara, que se fundiera, lo que sea, pero que dejara de perseguirla.

Desde hacía tiempo se había acostumbrado a permanecer en la oscuridad, a vivir en la penumbra. Conforme sus ojos se fueron habituando a la intensidad de la luz recordó cómo fue que llegó a ese estado de lobreguez.

Ella misma había forrado las ventanas de la casa con papel oscuro, había añadido cortinas gruesas, dobles. También se había asegurado de no salir primero forrando y luego apilando grandes muebles en las puertas que daban hacia afuera.

Había quitado los apagadores para no tener la tentación de encender la luz, no había lámparas de mano, cerillos ni encendedores. Se proveyó de alimentos no perecederos para no tener que salir a comprar nada.

Habían pasado algunas semanas mientras ella vivía en su extraño auto-exilio, pero una noche ocurrió que se tropezó con la mesa que se encontraba entre la ventana de su cuarto y la cama donde dormía, provocando que se cayeran las cortinas y se rasgara el papel.

Se olvidó de restaurarlos y se fue a dormir, hasta que sintió que la luz le daba de lleno en el rostro, era tan intensa que le hizo despertarse…

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