Continuando con el tema de la visita al dentista y de mi nerviosismo ante esa clase de enfrentamiento, en la primera visita con el Dr. Alfredo (mi actual dentista) él notó eso de inmediato, se puso a platicar conmigo, a distraerme, me explicó paso a paso lo que iba a hacer o estaba haciendo, me prestó una de esas pelotitas para el estrés que puedes apretar constantemente para que pudiera calmarme un poco.
Como lo que iba a hacer era una endodoncia, me explicó que primero tenía que sacar radiografías, ubicar el lugar de las raíces de la muela, seleccionar la manera más conveniente de proceder, remover parte de la muela con ese endemoniado aparatito ruidoso, extraer el nervio, colocar un poste y luego la corona que tuviera el tono de mis dientes, para lo cual primero tenía que sacar impresiones de mis dientes con una pasta que se ubica tan profundo y se desparrama tanto, que intenta ahogarte en algún punto del procedimiento.
También me dijo que le gustaba estar realmente atendiendo bien a cada paciente que veía, así que agendaba citas cada dos horas como mínimo, para dedicarse a tratar adecuadamente y con calidad a cada uno, sin sentirse presionado por el tiempo o de que lo estuviera esperando el siguiente paciente, que lo llevaría a ser más brusco y menos cuidadoso, provocando dolor e incomodidad en las personas que atendía.
Conforme el doctor iba trabajando me fui calmando, aunque tengo que admitir que en el inicio interrumpí su trabajo en varias ocasiones, pero sólo por la ansiedad, él se detenía, platicaba un poco más, me distraía y volvía a empezar. Su modo de trabajar me fue relajando, además que actuaba con calma y cuidado, me dio la tranquilidad de que si sentía dolor me pondría más anestesia o que esperaría más para que me tranquilizara, me sacaba plática para distraerme después de cierto tiempo y volvía a trabajar.
Cuando se emocionaba con un tema del que estaba hablando, sacaba las manos e instrumentos de mi boca y platicaba tranquilamente, me daba la oportunidad de contestar y también para que yo descansara de estar tanto tiempo con la boca abierta. En las endodoncias llega un punto, cuando ponen el poste, que el área en cuestión debe estar totalmente seca, así que te ponen un aparato, metálico por supuesto, que te abre toda la boca, con un plástico como de globo (pero más resistente) que te cubre completamente (la boca, claro está) y sólo deja al descubierto la muela o el diente con el que se trabaja y así permaneces un buen rato.
Estábamos en esa etapa y para cuando acordé, el doctor casi estaba terminando de poner el poste, entonces me di cuenta de que me estaba quedando dormida… ¡YO me estaba quedando DORMIDA en el consultorio del DENTISTA, mientras me hacía una ENDODONCIA! Comencé a preocuparme “¿Estaré perdiendo el miedo? ¿Me habrá dado algo extra el doctor en la anestesia? ¿Cómo es que me estoy quedando dormida? ¿Será la plática del doctor? ¿Mi nivel de estrés llegó tan alto que ya no lo siento?”
Empecé a percatarme de la forma de trabajar del doctor, lo hacía diligentemente pero sin prisa, con cuidado, apoyándose en la mandíbula pero sin recargarse, preguntando constantemente: “¿Vamos bien?” al principio yo intentaba contestarle hablando (sí, sólo emitía sonidos imposibles de entender), así que me dijo que con la mano le hiciera saber sí o no, hasta que me cansé, me distraje o no sé qué, pero dejé de contestar y él dejó de preguntar, se limitó a contarme algunas cosas de su vida, su esposa (que trabaja en el consultorio de al lado), sus hijos, la escuela de sus hijos, artículos de la revista Selecciones, Muy interesante, etc.
Cuando terminó de trabajar, me preguntó si me había quedado dormida (es un procedimiento algo largo) y le contesté que casi me quedo dormida, él sólo sonrió y mencionó que algunos pacientes incluso llegan a roncar. Si me lo hubiera dicho hora y media antes claro que no le hubiera creído. Aún con la boca dormida, le agradecí la consulta, le pregunté si tenía indicaciones especiales (los anteriores siempre me mandaban con una serie de instrucciones que parecía instalaciones de un aparato electrónico) y lo único que me dijo fue: “Arrachera, cabrito y machacado, puedes comer lo que quieras desde ahora”, casi lo abrazo.
Claro que desde entonces él es mi dentista, y de mi familia, aunque suene a comercial, sólo espero que siga ejerciendo hasta que ya no me queden dientes que arreglar, porque no sé dónde pueda encontrar un dentista como él. En esa primera cita era sólo para la endodoncia (¿quería más?), pero descubrió unas cuantas caries escondidas que me tuvieron un buen número de citas seguidas en su consultorio ya que, como lo mencioné, no puedo dejar de comer golosinas, pero especialmente porque cuando las como, generalmente no tengo oportunidad de lavarme los dientes inmediatamente para que el ácido no maltrate el esmalte.