Uno de los peores días que puede existir es en el que te toca cita con el dentista. Desde que tengo memoria, para mí, los dentistas son un mal necesario, pero mi dentista actual, que lo es desde hace 10 años exactamente, se ha encargado de irme quitando esa idea… sí, los traumas profundos y que provienen desde la infancia son difíciles de tratar.
A mi dentista lo conocí por recomendación de una amiga. Ya había tenido experiencias con cerca de 6 dentistas en mi vida, y todo gracias a mi afecto desmedido, por no decir adicción, a dulces, tamarindos, chilitos, limón en casi todas mis comidas, salsas, etc., no se nota ¿verdad? Supongo que no está de más decir que las primeras visitas fueron las peores y más impactantes.
Los trabajos que estos y estas dentistas hacían iban desde extracciones, que me dejaban adolorida durante dos días por lo menos, empastes (ahora resinas) con los que sólo podía comer cosas prácticamente líquidas por un tiempo y, lo más doloroso e incómodo: endodoncias. Para cuando llegué con mi dentista, estaba tan traumada que el sólo imaginarme el escuchar la dichosa maquinita para caries me ponía muy nerviosa, de hecho, el pensar en un dentista me ponía ansiosa.
En todas las ocasiones terminaba indudablemente con dolores muy feos, con sensación de hormigueo durante horas y cansancio general debido al estrés y la tensión que provoca estar recostada con la boca abierta sólo esperando no saltar hasta el techo al sentir los dolores o calambres provocados por los instrumentos metálicos, y sin mencionar, claro está, las inyecciones de anestesia, jalones y dolores durante las intervenciones.
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