Por fin la dejó ir, lo había logrado. La lágrima que no había dejado salir y que se la pasaba amenazando con escaparse. Cuántas veces pensó que estaba a punto de perderla, pero alcanzaba a retenerla, la escondía, la camuflajeaba.
Había intentado de todo para evitar derramarla, no quería demostrar debilidad. Lo vulnerable que se sentía ante este estado de ánimo era algo que no aceptaba, pero sobre todo, se resistía frente a la posibilidad de exponerse ante los demás.
Mostrarse tal cual era no estaba en sus planes, no podía recordar desde cuando no había demostrado sus sentimientos, especialmente los negativos, tampoco compartía sus ideales, sueños y esperanzas.
Era la seguridad, falsa seguridad, lo que provocaba esta actitud, pues sólo podía replegarse hacia sí. Cuando las emociones amenazaban con dominar la situación, buscaba volver a tener el control, a esconder aquel dolor que no se permitía sentir.
Pero había llegado el momento de ser diferente. Se cansó de ocultar sus emociones, de esconderse de los demás y de sí. Era tiempo de evolucionar, de mostrarse tal cual era.
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